La erradicación de la discriminación en el trabajo demanda un compromiso fuerte desde el liderazgo de las empresas, debe tener la misma prioridad que los controles financieros o la prevención de delitos.

Conversar sobre la diversidad, la equidad, la inclusión y la accesibilidad en las organizaciones es cada vez más frecuente en las empresas mexicanas de todos los tamaños. Pero quizá no hemos alcanzado la madurez suficiente en la materia y debemos seguir trabajando en ello.

Uno de esos rasgos de fortalecimiento implica generar conversaciones acerca de la discriminación, concepto que nos confronta mucho más porque es la base misma del comportamiento que buscamos combatir.

Ciertamente, discriminar en el trabajo se erradica, al menos en parte, a través de las acciones de diversidad, equidad, inclusión y accesibilidad. Pero se requiere actuar de manera más consistente, partiendo del hecho de reconocer que existen los actos discriminatorios.

Con alta probabilidad, en la mayoría de las empresas de México y el mundo nos reusemos a aceptar que ejercemos algún tipo de discriminación. Y por ello, tendríamos que evitar los eufemismos, ya que nos impiden observar el fenómeno tal como es y, por tanto, nos cuesta mucho más atenderlo, corregirlo y prevenirlo.

En México, la Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación, nos previene de que incurramos en actos de exclusión o una diferenciación injustificada por “el origen étnico o nacional, el color de piel, la cultura, el sexo, el género, la edad, las discapacidades, la condición social, económica, de salud física o mental, jurídica, la religión, la apariencia física, las características genéticas, la situación migratoria, el embarazo, la lengua, las opiniones, las preferencias sexuales, la identidad o filiación política, el estado civil, la situación familiar, las responsabilidades familiares, el idioma, los antecedentes penales o cualquier otro motivo”.

Asimismo, la citada ley refiere que también se entenderá como discriminación a “la homofobia, misoginia, cualquier manifestación de xenofobia, segregación racial, antisemitismo, así como la discriminación racial y otras formas conexas de intolerancia”.

Sin embargo, las conductas discriminatorias se encuentran profundamente arraigadas en la cultura general. Una amplia gama de ellas se construye en las primeras etapas de vida, tanto en el hogar como en el contexto escolar, y cuando llega la hora, el adulto trabajador continúa manifestándolas en el centro de laboral.

Si además, el entorno de trabajo ofrece condiciones para reforzar estas conductas, nos encontramos ante el clima idóneo para perpetuarlas. Luego entonces, ¿qué necesitamos hacer? ¿de qué manera impulsamos la erradicación de las prácticas discriminatorias que se han fijado por décadas en la mente de las personas?

Comencemos por el liderazgo de las organizaciones. Para combatir la discriminación y luego promover la diversidad, equidad, inclusión y accesibilidad, se requiere que el máximo líder de la empresa incluya el tema en las prioridades de negocio.

En una era donde el bienestar ha adquirido tal importancia, la erradicación de la discriminación debería figurar entre las estrategias clave de la agenda de los líderes en materia de gestión de personas.

Recordemos que el combate a la discriminación no puede abordarse como un tema optativo en las organizaciones. Como ya se refirió, es un asunto legislado y regulado, con repercusiones para quienes incurren en faltas a la ley en la materia. De ahí que debamos observarla y promover su conocimiento.

En este sentido, el liderazgo no sólo debe proporcionar ejemplo de los comportamientos que previenen la conducta discriminatoria; antes bien, al asunto se le debe dar el mismo nivel de importancia estratégica que damos al control financiero y la prevención del delito en la empresa.

La discriminación lesiona a las personas, los equipos y, en última instancia, a la organización y la sociedad en su conjunto. Debe darse un empoderamiento auténtico y congruente a los comités de diversidad, equidad, inclusión y diversidad. No son un adorno, no son una herramienta para aparentar responsabilidad social. Deben ser un vehículo genuino para erradicar la exclusión en todas sus formas.